Monday, April 4, 2011

SABIDURIA, COMPRENDIENDO LAS CONSECUENCIAS DE NUESTRA ACCIONES

Comerán del fruto de su conducta, y de sus propias artimañas se hartarán.
Proverbios 1:31 (LBLA)

En la vida encontramos que hay una LEY que es ambas, natural y espiritual, pero nunca religiosa; es la Ley de la Siembra y la Cosecha. Desde el principio Dios estableció de que todo lo que se siembra producirá un resultado, en toda acción hay una reacción y en todo lo que se hace hay una causa y efecto. Esto no nos debe de alarmar, sino ayudarnos a comprender que nuestra vida no es sencillamente temporal o pasajera, creyendo que cuando muramos todo se acaba.

En la vida hay tiempos en los cuales nosotros cosechamos lo que sembramos, así gozamos del fruto de nuestra obra y energía. En realidad no hay cosas que nos puede dar mayor satisfacción que esta; ver el resultado de una intensión culminada en un esfuerzo. Lo que nos debe de llenar de asombro, aún de preocupación, es comprender que lo que hoy hacemos no solamente impacta directamente nuestras vidas, sino puede afectar a las personas que están a nuestro derredor y a las futuras generaciones. ¿Qué herencia es la que le estamos dando a las próximas generaciones?

Lo que hacemos debe de llenarnos, satisfacernos y, a la misma vez, agradarle a Dios. Las malas conductas y acciones aunque nos satisfaga momentáneamente, nos traen dolor y angustia al final. Más si en nuestro pasado o en nuestras acciones presentes hay cosas que no son de provecho, este es el momento que nos podemos arrepentir y aprender a restituir el mal que hemos hecho, para cambiar el destino que nos afectará justamente a nosotros, pero “injustamente” a otros.

El pecado y las malas conductas no sacian, sino que llega el momento que nos hastiaran, nos hartarán. Aunque podríamos cansarnos de hacer el mal (ojala), hay en nosotros la tendencia pecaminosa y desviada nos lleva a querer sentir algo nuevo o mejor, incrementando así la maldad. Hoy es tiempo de pedirle a Dios que renueve y regenere nuestra conciencia, para que logremos ser sensibles a la voz del Espíritu que nos llama al cambio.

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